viernes, 6 de abril de 2012

Las mentiras



Todos mentimos, todos lo hemos hecho alguna vez y así lo admitimos. Y casi todos nuestros intentos, inocentes, de hacer pasar por verdad algo que no lo es, acaban siendo descubiertos y expuestos a la luz. Pero ¿en cuánto tiempo?, ¿cuánto tarda una mentira en ser desmentida, cuánto en demostrarse su falsedad? De una forma u otra, a través de nuestra corta experiencia vital, todos sabemos que la perdurabilidad o capacidad de una mentira para sobrevivir en el tiempo es directamente proporcional, precisamente, al tiempo. Conforme transcurren las semanas, los meses, los años o cualquier otra unidad que utilicemos para medir eso que llamamos tiempo, la mentira gana firmeza, se asienta, ya nada la saca a colación ni surge en la conversación, ya nadie la cuestiona ni investiga su origen o su motivación. Hay mentiras que duran toda una vida, esas que uno descubre por casualidad en su madurez o su vejez, con una mezcla de estupor e incredulidad, sobre un hecho acaecido en la remota juventud o incluso en la más tierna infancia. Pero lo peor, lo que resulta realmente aterrador, son las mentiras que perduran más de un siglo, aquellas que superan la longevidad del ser humano. Esas mentiras -se puede decir- van camino de convertirse en verdades por méritos propios: han vivido más que los hombres que las vieron nacer y que podrían desmentirlas directamente, han escapado a la mirada de los testigos directos y ya sólo dependen de lo que quedó escrito, en un libro, en un manuscrito, en un papiro. Son mentiras históricas. Ya no importa quién las pronunció por vez primera, o quién les dio alas, quién tenía interés en ocultarlas o qué tuvo que hacer para protegerlas y que perduraran. Son las mentiras de una Era, las que construyen un paradigma bajo el cual nacen y mueren los hombres durante siglos, incluso milenios, sin que prácticamente nadie se atreva a cuestionarlas. A los pocos que así lo hacen, les llaman locos o -cruel ironía- mentirosos, pero es gracias a esos pocos locos que un día la mentira quiebra, se rompe, y salta hecha añicos. Y esto sólo ocurre cuando -como en una reacción de fisión nuclear- se alcanza una masa crítica, una cantidad mínima de personas en una sociedad convencidas -hoy, ahora- de haber sido engañadas, burladas, y que están dispuestas a mirar más allá de donde siempre han mirado para alcanzar límites que otros hombres, mucho antes, sólo soñaron.